Autor Miguel Martí, escritor y colaborador de Memoria Viva

Es mi destino,

piedra y camino.

De un sueño lejano y bello, ¡vida!,

soy peregrino.

Atahualpa Yupanqui

¿Qué sucede en las Islas Afortunadas o de los Bienaventurados?

Hace casi tres décadas, el 28 de septiembre de 1994, llegó la primera patera a las Islas Afortunadas o de los Bienaventurados, como denominaron los antiguos griegos al archipiélago canario. Desde aquel día más 160.000 personas han sobrevivido a esta ruta; se desconoce cuántos han perecido. Solamente el año pasado se estima que más de 4.000 personas murieron en el intento, recuperándose cerca de un millar de cadáveres, más de 22.000 sobrevivieron. Y en este año 2022 todas las cifras superan ya a las del año pasado por las mismas fechas.

¿Por qué? ¿Por qué migra el ser humano? ¿Por qué si sabe que la muerte acecha en el camino?

Breve historia de nosotros

Un poco de historia sobre quiénes somos nos ayudará a centrarnos. Somos africanos. Sí, lo somos. El Homo sapiens sapiens se originó hace 100.000 años en el corazón de mamá África: todos los seres humanos actuales somos en mayor o menor grado africanos. Y desde aquella región del planeta se expandieron nuestros ancestros, migramos, durante decenas de miles de años hasta colonizar el resto de continentes, incluida, recientemente, la Antártida. Sin embargo, mucho antes incluso de haber completado esta expansión del globo terráqueo, de haber hollado todas las regiones vírgenes y prósperas, individuos y familias, clanes y pueblos enteros se desplazaron por, y buscaron asentarse en, territorios ya ocupados por otros como ellos. Es sencillo entender pues que somos una especie migrante en su ser más íntimo, siempre en busca de nuevos parajes donde establecernos, lugares donde la vida sea más propicia para nosotros y nuestra familia.

Canarias  fue uno de estos lugares remotos donde el ser humano tardó en instalarse de forma permanente. Su carácter insular así lo predisponía. De hecho, para los antiguos griegos estas islas remotas no eran morada de las gentes comunes, sino de los grandes héroes de su mitología, quienes renacían y disfrutaban de su renovada existencia, esta mucho más tranquila, vacía de aventuras, en las tierras pacíficas y exuberantes de las islas afortunadas. Los primeros moradores de Canarias fueron, al menos en el imaginario de los mortales helénicos, semidioses jubilados, los Bienaventurados.

 

Primer asentamiento europeo en la conquista de Canarias. San Marcial de Rubicón, Lanzarote. Foto cedida por agrupación vecinal local.

 

Ya centrados en cuestiones terrenales, los vestigios humanos más antiguos encontrados en las islas pertenecen a templos que datan de la época del esplendor romano, posiblemente levantados en honor al dios Juno, cuyos adeptos erigían en los confines del mundo conocido de su tiempo. También los romanos fueron los fundadores, posteriormente, de una factoría de púrpura, pigmento muy codiciado por los nobles de la época, que extraían de un molusco abundante en el islote de Lobos. Así pues, que se conozca, los primeros migrantes puramente humanos que desembarcaron en Canarias lo hicieron por motivos religiosos y extractivos.

Sin embargo, no fue hasta el siglo II d.C. cuando se crearon los primeros asentamientos humanos permanentes. Grupos familiares bereberes fueron trasladados desde el continente por embarcaciones romanas, bien desterrados por haberse sublevado contra el Imperio, bien para expandir el territorio del mismo. A esta oleada originaria, se le fueron sumando sucesivas en siglos posteriores, también provenientes de pueblos bereberes. Otra conclusión a tener en cuanta: los antiguos guanches, indígenas canarios, son sucesores directos de estos pueblos continentales que, para nuestros estándares actuales, llegaron como refugiados o colonos.

De ahí saltamos al siglo XV, al inicio de la conquista del archipiélago por normandos, castellanos, portugueses… que sometieron a los guanches mediante las armas y el engaño, herramientas de ocupación que se exportaron a, y refinaron en, el Nuevo Mundo. Desde aquel momento, Canarias se convirtió en un importante lugar de paso y de encuentro entre África, Europa y América: una coctelera cultural.

Los flujos migratorios desde el archipiélago hacia las Américas ha sido una constante en los últimos siglos, con picos provocados por crisis económicas, en busca de nuevas posibilidades de desarrollo económico. En muchos casos fueron viajes de ida y vuelta; en otros, definitivos. Rara es la familia canaria que no tenga parte de su familia en Venezuela, Cuba, Uruguay, Puerto Rico o cualquiera otro país americano. Hoy en día la situación se ha revertido, aunque solo en parte, porque las migraciones de jóvenes canarios a la península para desarrollar una carrera laboral o completar estudios universitarios es la tónica habitual de nuestros tiempos.

Estas islas se han convertido en residencia de migrantes jubilados del norte de Europa que encuentran en ellas un clima benigno durante todo el año y precios bajos en relación a su poder adquisitivo; y, también, un lugar para que migrantes latinoamericanos, sobre todo, encuentren trabajo en el sector hostelero. En ambos casos, aterrizan en el archipiélago en cómodos y seguros aviones de pasajeros, pagando precios de unas centenas de euros. En contraste, se nos presenta el caso de aquellos migrantes que llegan en embarcaciones precarias, jugándose la vida y teniendo que desembolsar cantidades de miles de euros a redes de tráfico de personas. Son muy pocos en comparación con el resto de migrantes irregulares que contabiliza el estado español; solo el 2%. Sin embargo, su viaje es dramático, como indican las cifras con las que empieza este artículo. Además es necesario tener en cuenta que Canarias es para la mayoría de ellos un lugar de tránsito, pues su objetivo es alcanzar Francia, fundamentalmente, donde les aguarda una red familiar o de amistad en la que apoyarse, para trabajar en el campo del país que más ayudas recibe de la Unión Europea para el sector agrícola.

 

Hijos de la esperanza

 

Migrantes recién llegados esperando para ser trasladados a dependencias policiales. Foto cedida por agrupación vecinal local

 

¿Qué nos dice esto? ¿Hay alguna enseñanza que extraer de nuestro pasado?

Yo creo que sí: los Homo sapiens sapiens, además de migrantes por naturaleza  y africanos en origen, somos también hijos de la esperanza. La esperanza como fuerza motriz innata que nos lanza a caminar, permanecer en constante movimiento, para lo bueno y para lo malo. Migramos porque nos empuja la esperanza, esperanza de encontrar algo mejor de cuanto ya conocemos, sea lo que sea que esto signifique para cada cual: la esperanza de hallar una tierra de paz, tolerante, o más próspera, o donde desarrollar una profesión, o donde se contemple el mar…

¿Se puede matar a la esperanza? Sencillamente, no. Imposible mientras quede un solo ser humano en pie. Sin embargo, por la esperanza sí se padece y sí se muere. Hace sesenta años que Bob Dylan lanzó la pregunta: ¿Cuántas muertes se necesitarán hasta que el hombre se convenza de que ya ha muerto demasiada gente? Desgraciadamente, esa respuesta sigue flotando en el viento a la espera de que apostemos por afrontarla.