Diego Arahuetes, psicólogo, musicoterapeuta y colaborador del Colectivo Memoria Viva de los Pueblos
“No hay una cura privada para tus problemas. Ese malestar solo puede tratarse construyendo a su alrededor relaciones más potentes que la fuerzas que lo producen” M. Fisher
Me gustaría comenzar este texto con algunos datos crudos sobre la situación de la salud mental en nuestro territorio.
Según el informe del 2020 de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes, el Estado español es el primer país del mundo en el consumo de benzodiacepinas, fármacos que tienen un efecto ansiolítico, antiepiléptico, hipnótico y relajante muscular, utilizados generalmente para trastornos como la ansiedad generalizada o insomnio, entre otros[1]. Por otro lado, según el Instituto Nacional de Estadística (INE), los últimos datos reflejados en el informe del 2020 indican que el suicidio sigue siendo la primera causa de muerte externa en nuestro país con 3941 fallecimientos, lo que supone el 22,41% de las muertes[2]. Estos datos deben hacernos reflexionar en relación a qué está sucediendo con nuestra salud mental y qué lleva a la ciudadanía a consumir tan elevado número de psicofármacos o decidir no querer seguir viviendo esta vida.
Según el sociólogo Durkheim el suicidio es todo caso de muerte que resulte, directamente o indirectamente, de un acto, positivo o negativo; realizado por la víctima misma, sabiendo ella que debía producir este resultado. Aunque el suicidio sea un acto individual y personal, también es directamente social y está fuertemente influenciado por el contexto en el que habitamos. Por tanto, debemos reconocerlo como un asunto que es responsabilidad de toda la sociedad en su conjunto desde el punto de vista más profundo y amplio de sociedad y no sólo de una ideación suicida de la persona en concreto.
De este componente social y de la estrecha relación entre cultura y enfermedad es de lo que me gustaría reflexionar. Según la conferencia de salud mental de España, las crisis no deberían provocar un aumento de los trastornos mentales más graves (esquizofrenia, trastorno bipolar, depresión mayor), pero sí pueden causar la aparición de otros problemas de salud mental como depresión o ansiedad, y continúa, situaciones como desempleo prolongado, desahucios, proyectos migratorios frustrados, o simplemente riesgo de ser despedido, perjudican el bienestar mental de las personas que los afrontan, dando más posibilidad a la aparición de algún problemas de salud mental. La situación de pobreza no es categóricamente una causa para desarrollar un trastorno, pero sí un factor de riesgo que contribuye a desarrollar, en muchos casos, patologías mentales y estructuras de malestar.
Desde hace unos años atrás vengo escuchando cada vez más a amigos, familiares y conocidos que están mal. Ese malestar emocional viene muchas veces provocado por las carencias materiales en las que se maneja la mayoría de las personas, las cuales no son cubiertas y protegidas por un sistema que no quiere o no puede dar esos servicios.
Una de las características fundamentales de este malestar es su calidad de ser compartido. El espacio donde vivimos desde un punto de vista social, político, económico y estructural influye en la forma en la que nos relacionamos con nosotros mismos y con el entorno, por lo tanto, el contexto es responsable de muchos de estos malestares que nos acompañan.
Por todo esto, considero justo y necesario reivindicar lo que ha pasado por alto durante tantos años en un importante sector de la población y hoy, tenemos la responsabilidad de ponerle un nombre, pues de esta forma, identificamos cuál es uno de los motivos que más sintomatología provoca en la sociedad, estamos hablando del capitalismo. Su reorganización ha propiciado un aumento de la vulnerabilidad y desigualdades sociales, la exclusión social y política de los sectores tradicionalmente marginados y los empobrecidos a causa de las políticas neoliberales, la profundización de problemáticas políticas y económicas anteriores, la consolidación de conceptos como eficiencia y competitividad como valores sociales e individuales, la amenaza a los vínculos de solidaridad y el tejido social, y el poder creciente de las corporaciones transnacionales en detrimento de los derechos de ciudadanía. Este nuevo espacio de encuentro sociopolítico forma parte del territorio de la globalización siendo un espacio de precarización y fragilidad de la condición de ser humano y de ciudadanía.
Frente a esta situación existen varios caminos. La terapia es una herramienta muy potente, con una capacidad de transformación grande y fundamental en el acompañamiento a personas que están atravesando situaciones difíciles en sus vidas. El punto es que ésta funciona a nivel individual, es por definición íntima, personal e intransferible. Muchos de los cambios no se pueden entender si la transformación no se hace también a nivel social y el malestar no puede entenderse única y exclusivamente desde la experiencia transformadora del proceso terapéutico.
En Malestamos, libro de mesilla sobre la salud mental, Marta Carmona y Javier Padilla, parafraseando a Nancy Fraser dicen:
“…podemos hablar de redistribución, reconocimiento y representación, o, en el marco de superar el malestar, de la certeza o seguridad de la suficiencia material, de la libertad para el desarrollo de la propia identidad y la igualdad en el marco de derecho, y, por último, de la participación en las diferentes esferas de los ámbitos de representación, política, social y cultural…Este vivir mejor…debe mirar más hacia una concepción de la vida buena que nos permite politizar la lucha por unas condiciones de vida justas para todos, a la parque contar con esa red de protección que son los servicios públicos en la atención al malestar cuando lo precisemos…”

Platform for Social Research on Mental Health in Latin America (PLASMA). Fotografía de Pancartas en las calles de Santiago de Chile
Con este documento no pretendo hacer una apología de la responsabilidad cultural de la patología-enfermedad o una crítica y demonización de la psicofarmacología como propuesta clínica de una parte importante de la medicina o de la psicoterapia como trabajo potencialmente valioso en el bienestar de los individuos. Mi intención es sacar a debate algunas cuestiones fundamentales y compaginar, lo que ya se viene haciendo, con otras propuestas que buscan sumar alternativas.
Es por todo esto que desde Colectivo-ala-fresca estamos comenzando con una propuesta de trabajo en el ámbito de la salud comunitaria que va en la línea de la creación de espacios de cuidado colectivos. Debido al contexto neoliberal, a la crisis pandémica y post-pandemia, el tejido social ha sido fragmentado y el malestar psicológico (ansiedad, depresión, adicciones, relaciones tóxicas) ha sido individualizado. Consideramos que el origen del malestar psicológico es estructural, la precariedad (laboral, habitacional, institucional) la desigualdad, la crisis climática, los conflictos internacionales, el sensacionalismo mediático generan ansiedad y depresión en los individuos de la sociedad. Por ello proponemos generar espacios donde se colectivice este malestar y se compartan las herramientas que ayudan a superarlo. Cada persona posee una experiencia y una fuerza que pueden suponer recursos prácticos para los demás. Forma parte de nuestro trabajo como colectivo de salud el crear un lugar seguro y de confianza, donde no haya juicios de valor y cada una se pueda desahogar libremente, es sanador. Proponemos generar una práctica alternativa a la terapia individual y privada ya que muchas personas no pueden permitirse acceder a la misma. También entendemos este proyecto como un espacio de prevención y cuidado de la salud mental. La cohesión social y la puesta en marcha de recursos de carácter comunitario y social son auténticas herramientas capaces de contrarrestar y ejercer resistencia frente a los factores de riesgo que desencadenan distintas patologías de salud mental.
[1] Informe de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes correspondiente a 2020. Naciones Unidas, Viena, 2021.
[2] Defunciones según la Cusa de Muerte. Año 2020. Nota de prensa 10 de noviembre de 2021. Instituto Nacional de Estadística (INE).