El pasado 31 de enero aparecía el primer caso de coronavirus en España. Hacía algo más de un mes que se conocía la aparición de este nuevo coronavirus, al que dieron nombre de Covid19, en China, pero en esos momentos, en ese 31 de enero, España y Europa en su conjunto, aún se creían inmunes a este virus “chino”. Un mes más tarde, el 28 de febrero los casos ascendían a 31, pero aún nada hacía sospechar lo que viviríamos tan sólo dos semanas después. El sábado 14 de marzo el gobierno de España declaraba el Estado de Alarma; ese día los casos ascendían a 9.191 y la ciudadanía, también los profesionales sanitarios, vivíamos con inquietud como se multiplicaban exponencialmente los casos día tras días. Estado de Alarma, confinamiento y cuarentena son estas semanas las palabras más escuchadas. Como sociedad nos enfrentamos a esta nueva realidad para la que no estábamos preparadas, y lo hacemos desde múltiples frentes y con posturas en ocasiones totalmente opuestas. Si bien es cierto que las redes vecinales de apoyo mutuo han florecido en estos tiempos grises también expresiones próximas al fascismo se dejan ver en nuestras calles cada día; la cuestión es ¿cómo será la realidad después del Covid19?
La crisis sanitaria
Como médica de Atención Primaria he vivido, y sigo viviendo, en primera persona esta crisis, si bien es cierto que no con la misma intensidad que las compañeras de regiones como Madrid, Cataluña, Soria o Guadalajara.
El 9 de abril hizo un mes desde que en España superamos los 1.000 casos confirmados. Hoy podemos decir que tenemos unos protocolos más o menos claros sobre qué hacer (aún con muchas deficiencias en aspectos fundamentales como la atención a los pacientes de las residencias de mayores), la distribución de EPIs (Equipos de Protección Individual) alcanza casi toda la geografía española y empezamos a conocer la evolución de esta nueva enfermedad. Pero el 9 de marzo, hace un mes, esto no era así.
El 9 de marzo, aún con la emoción de la celebración del 8 de marzo, aún dudábamos de si este virus sería mucho más que una “gripe”, seguíamos viendo pacientes con síntomas leves sin ninguna protección porque no lo creíamos necesario (¡porque nadie nos dijo que lo fuera!), los pacientes seguían acudiendo al centro de salud con normalidad para contarnos sus problemas del día a día. Esa semana todo cambió.
Los servicios de urgencias hospitalarios, sobre todo en la Comunidad de Madrid, comenzaban a colapsar, empezábamos a ver la evolución rápida y drástica de pacientes con síndromes respiratorios severos que precisaban de ingreso en UCI (Unidad de Cuidado Intensivos), y por tanto, como en las semanas siguientes estas unidades se colapsaban también. Las compañeras sanitarias y socio sanitarias (médicas, enfermeras, TCAES, limpiadoras, etc.) empezaban a enfermar con rapidez, los servicios hospitalarios y extrahospitalarios (Atención Primaria, servicios de emergencia, residencias de mayores…) veían sus plantillas mermadas justo en los momentos en que mayor afluencia de pacientes teníamos.
Las cifras se duplicaban, se triplicaban; todas asistíamos diariamente al “parte” de la rueda de prensa de las 13h (o en su defecto a los datos de la página web del ministerio de sanidad) para saber cuántos nuevos casos, cuántas nuevas víctimas, cómo de mal se estaba poniendo la cosa, y cómo de equivocadas estábamos cuando pensábamos que esto no iría a más.
Pero así como las cifras aumentaban de forma exponencial, los materiales de protección, los test, los protocolos útiles y la coordinación entre comunidades, entre centros, entre gerencias, no aumentaba al mismo ritmo. Se ha llegado tarde. Es cierto que se han hecho muchos esfuerzos por parte del estado y de las comunidades, pero la falta de previsión sumada a un mercado mundial voraz y perverso, donde el fraude y el robo de material a pie de pista aérea están al orden del día, han tenido como resultado que todo lo que necesitábamos no llegase cuando más se necesitaba.
Hoy, tras casi un mes de Estado de Alarma, con la mayor parte de la población confinada, el personal sanitario comienza a ver la luz, el ritmo al que aumentan los casos baja progresivamente, los servicios de urgencias no se encuentran colapsados, y las UCI se mantienen estables (gracias al aumento de camas que los profesionales han logrado en tiempo récord en todo el territorio español). Aunque aún terribles, las cifras de víctimas diarias comienzan también a disminuir lentamente.
No podemos bajar la guardia, no sabemos si habrá nuevos repuntes, pero tampoco debemos perder la perspectiva ni olvidar lo que este mes ha dejado en evidencia. Cuando todo pase, cuando las aguas vuelvan a su cauce y podamos retomar la asistencia del día a día a nuestros pacientes deberemos también retomar la lucha por un sistema de salud pública y de calidad, equitativo, universal donde lo que prime sea la salud de cada paciente y la comunidad dejando a parte los intereses partidistas y sobre todo los intereses económicos. La marea blanca debe resurgir con fuerza renovada, como el tsunami que llega tras el terremoto.
Residencias, historia de un abandono
El colapso de nuestro sistema sanitario ha tenido una consecuencia nefasta sobre las personas mayores que viven en residencias para mayores. Las cifras son escalofriantes, se calcula que casi 8.200 personas han fallecido por coronavirus (confirmado por test o con clínica compatible) en las residencias de mayores de nuestro país. La peor parte, una vez más, se la llevan la comunidad de Madrid y Cataluña.
¿Qué nos ha llevado a alcanzar estas cifras en tan sólo 3 semanas? Varios factores han influido. Muchas de las residencias comenzaron esta crisis con una situación ya precaria. Muchas veces se ha denunciado desde las propias residencias (por parte de sus trabajadoras), desde los familiares y desde otros organismos, la infradotación, sobre todo de personal, con el que estas contaban. Podemos encontrar cifras de más de 40 pacientes para una sola auxiliar. ¿Qué pasa si un residente enferma? ¿Y si un residente se cae? ¿Cómo puede afrontar esto una sola persona? Pero además las trabajadoras de muchas de las residencias comenzaron esta crisis además “desnudas”, sin material de protección, ni para ellas ni para los residentes.
Si a esta situación de base le sumamos una falta de coordinación por parte de estado, comunidades y empresas concesionarias, una falta de protocolos claros y unificados en las fases iniciales, lo que obtenemos es una auténtica bomba de relojería.
Pensemos que en las residencias las trabajadoras tienen un contacto muy estrecho con los residentes; la maniobras para movilizar a las personas mayores, por ejemplo, suponen posturas cuerpo a cuerpo, donde el riesgo de contagio se incrementa. Pensemos también que las trabajadoras cada día van y vuelven, tienen contacto con sus familias y con otras personas al realizar por ejemplo labores como la compra. Además, hasta el inicio del estado de alarma, los familiares podían visitar a los residentes sin ninguna restricción clara.
Una vez más, como en la crisis sanitaria, la falta de coordinación nos lleva a una situación dramática. Por poner un ejemplo, en Castilla y León, donde ejerzo mi profesión de médica, no fue hasta la semana pasada (primera semana de abril) cuando tuvimos un protocolo de articulación entre las residencias, atención primaria y servicios sociales. Aún así la sensación que tenemos desde atención primaria en mi zona es de sobrecarga para los profesionales de nuestros centros de salud, de abandono a los residentes (se supone que solo debemos trasladar a un paciente al hospital tras la aprobación del equipo creado en gerencia para esta cuestión) y sobre todo de recibir constantemente mensajes contradictorios que finalmente dejan en nuestro tejado una pelota que no somos capaces de sostener.
La realidad que conozco es limitada, pero escuchando a otras compañeras parece que en otros territorios del país no es muy distinta. Si bien pueden cambiar algunos protocolos y algunas medidas, lo que se ha demostrado durante esta crisis es que el sistema de residencias para mayores necesita de una profunda revisión. Una vez más, como decía sobre la sanidad, necesitamos sacar de la ecuación los intereses partidistas y económicos cuando hablamos del cuidado de las personas. Debemos poner en el centro los cuidados, pues es parte fundamental de la vida, y debemos poner énfasis en el cuidado de las personas más vulnerables, como son nuestros mayores.
Respuesta de la ciudadanía, ¿es la solidaridad todo lo que reluce?
En estos días vemos innumerables muestras de solidaridad en las redes sociales y los telediarios. Las redes de apoyo mutuo se multiplican en los barrios de las ciudades y en las zonas rurales. Nos emocionan cada día los aplausos que a las ocho de la tarde nos dedican a todo el personal sanitario desde los balcones. Hemos visto como organizaciones vecinales, asociaciones y ONGs se movilizan para apoyar a las personas mas vulnerables, como todas aquellas que han visto desaparecer sus ingresos a causa de la gran crisis social que acompaña a esta crisis sanitaria.
¿Pero son solo las muestras de solidaridad y apoyo mutuo las que afloran estos días? También hemos visto en estos días muestras proto fascistas, totalitarias, racistas o xenófobas. Uno de los ejemplos más llamativos es de la denominada “Gestapo vecinal”, ese vecindario que se asoma a las ventanas para insultar a vecinas y vecinos que salen a la calle sin ni siquiera conocer las circunstancias personales de cada uno; ejemplos son sanitarios que iban a trabajar y se han visto increpados por su vecindario o madres y padres saliendo con sus hijos autistas. ¿Hemos perdido acaso la empatía hacia el otro o será que solo la sacamos a pasear a las ocho de la tarde para aplaudir?
Hay más ejemplos que nos muestran como las gracias al personal sanitario no siempre es la norma. Sanitarios que han visto como en las puertas de sus casas los vecinos les escribían pidiéndoles que se fueran, caseros que han echado a una inquilina por enfermar de coronavirus, incluso presenciamos como un padre y su hija pasaban la cuarentena en un coche tras ser expulsados de su vivienda por esta misma razón.
Hemos visto actitudes individualistas, tipo “sálvese quien pueda” en los múltiples ejemplos de personas o grupos de personas, que aún conociendo las restricciones y sabiendo que venían de un lugar de alto riesgo, decidían saltarse el confinamiento y acudir a sus segundas residencias para disfrutar de la cuarentena en un lugar mejor, exponiendo a sus vecinos de forma irresponsable.
También esta crisis ha sacado el racismo, la xenofobia y los nacionalismos. En muchos lugares empezó a llamar “el virus chino”, el mismo Donald Trump lo llama así pese a ser ellos hoy el foco de infección más importante. Durante las primeras semanas vimos ataques racistas a miembros de la comunidad china en España. Por suerte la comunidad china no ha decido pagarnos con la misma moneda y han mostrado su solidaridad entregando numerosas donaciones de material a nuestros centros sanitarios.
Por otro lado, el nacionalismo se ha exacerbado en España en estos días. Aquí en Burgos se mira con otros ojos a aquellos que proceden de Madrid o País Vasco; de antemano se les critica dando por hecho que han incumplido las restricciones y han venido durante la cuarentena, incluso nos sentimos con derecho a hablarles con brusquedad y regañarles por esta razón, aunque en una gran mayoría son personas que viven en la zona la mayor parte del año y únicamente mantienen su tarjeta sanitaria de la otra región (como es mi caso, por ejemplo).
Y que decir de los empresarios que aprovechan la situación para aumentar su margen de beneficio, por ejemplo, aumentando el precio de productos altamente demandados en estos días como son las soluciones hidroalcohólicas o las mascarillas. O aquellos que prefieren mantener su producción a costa de la salud de sus trabajadores y trabajadoras, como se vio en las primeras semanas (cuando se permitía el trabajo no esencial) en centros de teleoperadoras, por ejemplo. Así que, si bien los telediarios y las redes no dejan de recordarnos lo solidarios que somos, el apoyo mutuo que florece y las bondades de esta crisis, no debemos olvidar que lo negativo también aflora. Y no debemos olvidarlo porque solo reconociéndolo, solo sabiendo que existe podremos combatirlo.
La vuelta ¿a la “normalidad”?
Si algo parece claro en esta crisis es que cuando salgamos de ella el mundo ya no será el mismo. En las manos de todas nosotras está el inclinar la balanza hacia un lado u otro.
Lo aprendido y experimentado en estas semanas podría dar lugar a que transformemos nuestra sociedad hacia el apoyo mutuo en lugar de hacia el individualismo. Hemos observado como la clase trabajadora es la que sostiene a un país, por lo que podríamos aumentar nuestra conciencia de clase y lograr mejoras en las condiciones de los y las trabajadoras. Nos hemos dado cuenta de lo realmente importante que es contar con una sanidad y unos servicios sociales públicos, de calidad, universales y con dotación de recursos suficiente, por lo que podríamos salir de esta crisis luchando porque esto siga así y no nos lo arrebaten.
Este virus, este confinamiento, ha puesto de manifiesto lo importante que son los cuidados, cuidarnos, sentirnos y valorar a las personas a las que queremos, por encima del dinero, por encima de los beneficios.
La crisis ecológica y sus efectos también han sido motivo de reflexión estas semanas. Con la ausencia de turismo, la drástica disminución de los desplazamientos (coches, aviones, camiones, etc.) y el parón de muchas industrias a nivel mundial hemos visto imágenes insólitas en todo el planeta. Desde el centro de Madrid se puede ver la sierra norte, en los canales de Venecia la vida ha resurgido, desde el norte de la India han podido volver a ver la imponente silueta del Himalaya. Los niveles de contaminación en todo el mundo han disminuido a niveles nunca vistos en los últimos años y todo esto debe hacernos pensar en como queremos que sea ese mundo tras el Covid19, qué modelo de turismo queremos, qué modelo de consumo, qué modelo de desplazamientos, etc.
Durante esta crisis, también social y económica, hemos podido constatar que la falacia de la “mano invisible del capitalismo” es solo eso, un mito, y que el sistema capitalista pende de un hilo. De un lado de ese hilo tiran los poderosos, las oligarquías, las multinacionales, aquellos que no quieren que el sistema cambia hacia opciones que dejen de beneficiarles. Por otro lado, estamos las clases populares, la clase trabajadora, los empobrecidos, los vulnerados, todas aquellas personas que pensamos que un mundo más justo no es solo posible, si no que es necesario. De la reacción y de la fuerza de la mayoría de la población que hacemos parte de estas clases populares dependerá de que lado termine cayendo ese hilo.
Que superaremos esta crisis está claro, lo que debemos plantearnos es ¿qué queremos construir cuando todo pase?
Amalia Bueno Zamora
Médica de Familia y activista social