El 18 de mayo se han cumplido 20 años del inicio oficial de las obras del recrecimiento del pantano de Yesa, uno de los megaproyectos ideados por el Estado español que mejor representa el ideario extractivista propio del capitalismo.

Si bien la lucha judicial contra Yesa ha estado enfocada a los preocupantes estándares de seguridad de la nueva presa, la lucha social es mucho más amplia. Aunque la presa fuese segura, la oposición seguiría contra un modelo extractivista y contra la imposición de una visión de los ríos como recursos hídricos al servicio de la economía capitalista. 

El recrecimiento implicó la construcción de una nueva presa y con ello el expolio de nuevas tierras, ahogando territorios que luchan por sobrevivir en medio de un sistema que fomenta las grandes ciudades y condena al olvido a las zonas rurales. A su vez, ahondó en la eterna división social entre quienes se oponen al proyecto y quienes no, poblaciones que creen sacar beneficios económicos y, sin embargo, acaban teniendo que asumir el destrozo que estos suponen para sus pueblos (un buen ejemplo de esto es el muro que ha cambiado por completo la imagen del pueblo de Sigüés). 

La respuesta del Estado a la lucha en contra del recrecimiento ha sido la represión, ya sea en forma de violencia policial (como demuestran las cargas en una manifestación en Artieda en octubre de 2012) o de criminalización de la protesta (judicializando y condenando a 8 personas por manifestarse contra el proceso). Este tipo de represión busca el desgaste y la paralización de la protesta, además de dejar un poso de miedo no solo en las personas que sufren la represión directa, sino en toda su red más cercana. Esto, sumado a procesos burocráticos de expropiaciones que se alargan en el tiempo, tiene como objetivo el desincentivar una lucha histórica. 

Cargas en Artieda en octubre de 2012, la Guardia Civil usa la violencia para desalojar una manifestación contra las actas de expropiación.

Como todo macroproyecto, Yesa no es un oasis, sino que tiene a su alrededor otra serie de proyectos (con mayor o menor impacto) que se entrelazan entre sí y con la misma visión: la naturaleza como fuente de recursos a la que expoliar sin tener en cuenta ni sus ritmos ni a las poblaciones que en ella habitan. Así, podemos ver cómo al recrecimiento de Yesa va asociada una nueva autovía, que sirve de corredor económico entre Euskal Herria y Catalunya. Esta nueva autovía, además, se construye con el objetivo de poder facilitar el acceso a zonas turísticas de montaña, favoreciendo su masificación y facilitando un modelo de turismo insostenible como son las pistas de esquí. Esto seguirá incidiendo en un modelo de desarrollo de segunda residencia y no de población estable. Junto a Yesa, está planteada la mayor mina subterránea del Estado español, la conocida como Mina Muga, cuya explotación está concedida a la filial de una multinacional australiana.

Sin embargo, las consecuencias del recrecimiento no son una novedad, sino que la historia del pantano de Yesa está llena de represión e impactos psicosociales. Su construcción a mediados del siglo pasado supuso inicialmente el desplazamiento forzado de los y las habitantes de tres pueblos: Tiermas, Esco y Ruesta; posteriormente, supuso el desplazamiento forzado de la población de multitud de pueblos del valle de la Garcipollera. Este tipo de práctica es una clara violación de los derechos humanos, deja un gran impacto en las personas que lo sufren, perdiendo sus raices, borrando parte de su historia vital, quedando únicamente ruinas a las que poder regresar. 

A esto, como ha vuelto a ocurrir con el nuevo recrecimiento, le siguió el expolio de tierras, tierras de ribera, las más fértiles y muchas de ellas dedicadas al cultivo. Esto supone un gran impacto en la población que decide mantenerse en territorio, que ven cómo ahogan una forma de vida y una manera de relacionarse con su territorio. El río es vida, es tierra de cultivo y es alegría, pero también es el lugar donde pasar los días de verano en compañía de tus vecinas.

Acto de primera piedra del recrecimiento de Yesa, el entonces ministro Jaume Matas y el alcalde de Artieda, Luis Solana. Foto: Asociación Río Aragón.

Sin embargo, la resistencia a tantos años de expolio y represión ha supuesto en la población de Artieda la creación de una conciencia colectiva que les ha permitido seguir construyendo sus vidas y no dejar que su pueblo y su historia mueran bajo las aguas de un pantano. Articularse en torno a la resistencia de un proyecto extractivista como Yesa ha supuesto un tejer constante de lazos comunitarios que permite que la vida en un pueblo pequeño siga latiendo. Esta resistencia ha permitido construir un tejido social que trasciende a la lucha contra el recrecimiento, generando una comunidad donde el apoyo mutuo es la base que construye los cuidados necesarios para el sostenimiento de la vida. 

Mural en Artieda

De Artieda y su lucha volvemos a comprobar que la fuerza de lo colectivo nos permite construir modelos alternativos al capitalismo extractivista. Que pequeñas comunidades a las que quieren condenar al olvido son capaces de resistir y permanecer en el territorio mediante el apoyo mutuo y la autogestión.  

Alfonso Ríos Solsona

Vecino de Artieda